jueves, 10 de noviembre de 2011

A ella.


Y es que son 86 maravillosos años.
Recuerdo cuando era pequeña y todas las tardes papá y mamá nos llevaban a casa de los abuelos. Bueno, al principio me llevaban a mí, luego llegó Ashley.
Todas aquellas tardes en las que deseaba llegar para jugar a las cartas con el abuelo mientras la abuela me hacía la merienda: un plato de jamón serrano con rebanadas de pan. Después de eso, salíamos al parque que estaba debajo de la gran avenida que ya me sabía de pé a pá. Era una niña caprichosa por aquel entonces y casi siempre quería que me compraran algo, lo cual me llevaban a un todo a cien que me gustaba porque todo me parecía maravilloso y que ¡tenía muchas cosas! Además, el camino de ida era todo un paseo porque no sólo había que pasar unas callejuelas, sino que éstas a su vez te llevaban a la gran avenida donde había muchísima gente, coches que iban de aquí para allí, pastelerías, tiendas de ropa y, por supuesto, el todo a cien (que a decir verdad, era mi “juguetería” preferida).
Pero los años pasaban. Yo ya estaba a punto de terminar el colegio y mis padres se las arreglaron para estar, por lo menos uno de ellos, en casa para que Ashley y yo no nos quedáramos solas (cuando lo hacíamos, me encargaban ser la niñera con un “Ya eres mayorcita, así que, podéis quedaros solas”. La abuela empezaba a tener problemas de azúcar, y como vivían lejos de toda mi familia, el resto que vivían en Bristol, decidieron comprarles una casa (nosotros vivimos en Bath).
Transcurrieron los años. Mi familia y yo íbamos a visitarles todos los fines de semana, aparte de verles, por supuesto, en los cumpleaños, en año nuevo, en semana santa y en verano. Yo ya empecé el instituto y como es lo normal por aquellas edades, estaba con la edad del pavo, aunque no era tan problemática como las típicas “chonis” o “poqueras” de hoy en día (y de aquel entonces). Yo, de por sí, nunca he sido una chica problemática. La abuela iba algo mejor, pero el que peor se puso fue el abuelo. No más estaba en proceso de dejar de fumar y de beber después de casi toda su vida haciéndolo, y junto con la pulmonía que tenía, fue ingresado. Gracias a Dios se recuperó de todo, aunque, como es normal, tiene que tomarse medicamentos.
Año 2009, la abuela  fue ingresada, después de haber tenido un accidente tras caerse de un escalón y haberse roto el hueso de una pierna del que se recuperó favorablemente a sus 84 años y con diabetes. ¡Nada puede con ella!
Año 2010, de nuevo fue ingresada. Esta vez fue algo irreparable: un ictus cerebral. Esto provocó la interrupción de los flujos sanguíneos del lado izquierdo del cerebro, provocando parálisis en el lado derecho del cuerpo. Esto, a su vez, provocó que apenas pudiera balbucear. Ya no se le entendía al hablar, no obstante, ella sí que es capaz de reconocer todo. Sin embargo, el alzheimer que le diagnosticaron provocaba que se le olvidaran las cosas, pero hay que decir que no se le olvida cosas como nuestros nombres o dónde vive, nada que ver. Fue dada de alta, y con ayuda de un andador y ayuda de todos nosotros, la obligábamos a moverse para no perder movilidad. Por desgracia, el habla era lo más difícil de recuperar, aunque, como todos, tenía días buenos en los que se entendía lo que decía y momentos malos en los que lloraba porque no podía hablar bien.
Año 2011, ingresada, esta vez peor. Ha sufrido, de nuevo, un ictus; esta vez más fuerte y en el lado contrario. No podía abrir los ojos, ni hablar. Quiere quitarse todas esas sondas que le molestan, pero hay que impedirlo puesto que sería peor. Nos entiende, pero no puede decir lo mucho que le molesta todo. No pude contener las lágrimas y acercarme a ella y decirla que la quería.

No hay comentarios:

Publicar un comentario